miércoles, 13 de febrero de 2013

MEMORIA DE UNA VISITA Y DE UNA MIRADA


Cuando Juan Pablo II visitó Granada, el 5 de noviembre de 1982, yo me encontraba haciendo secundaria en el Instituto “Emilio Muñoz” de la localidad de Cogollos Vega. El instituto, era un antiguo hospital convertido en residencia de estudiantes y aulas de bachillerato. Nuestros monitores habían solicitado tarjetas de visitas para los estudiantes residentes que quisieran asistir al histórico evento. Unos compañeros y yo nos animamos a asistir, y le pedimos las oportunas tarjetas. Me acuerdo, porque aun la conservo, que nos tocó el recinto de la diócesis de Jaén. Supongo que las de Granada y demás diócesis estarían ya completas de aforos.

Mi tarjeta (anverso y reverso) de de invitación de acceso

Efectivamente, la vasta explanada donde se instaló el evento denominada Almanjáyar, era enormes parcelas divididas por diócesis de cada región invitada y por vallas de seguridad que se dividían por vías, por donde pasaría la comitiva. En los edificios circundantes y lejanos a esta gran hectárea llena de multitud de feligreses, se atisbaban cuerpos de la seguridad policial apostados y franqueando sus azoteas. En frente, un escenario se convertía en un prefabricado altar, desde donde su santidad celebraría una misa y un discurso a todos los asistentes.


Explanada de Almanjáyar en Granada con la visita del Papa

No me acuerdo de mis compañeros, porque eran de otros cursos; y no me acuerdo tampoco si eran 4 o 5. Lo que si me acuerdo es que uno de ellos llevaba una bicicleta. Creo que este se nos unió en Granada, porque nosotros bajamos del Instituto lo mas posiblemente haciendo autostop. La cuestión es que una vez que buscamos entre la multitud el sector de la diócesis de Jaén y entramos en ella, ya el Papa homiliaba desde el escenario lejano, y nos pareció que estábamos muy lejos de ver al Santo Padre desde allí. Así que nos movimos, mas bien por la inquietud de uno de ellos por ver aquello como un espectáculo, y haciendo caso omiso de las indicaciones de los voluntarios de organización y el cuerpo de seguridad que vigilaba sobre todo las vallas.

 Vallas que separaba cada diócesis (foto de Enrique Pérez Raya)

Dentro de una multitud relativamente organizada por parcelas de cada diócesis, cuatro o cinco muchachos y uno de ellos llevando de lado una bicicleta, se movían, aparentemente como si buscaran de nuevo su parcela asignada, por entre la multitud. Nuestro compañero líder, no por ser muy devoto, sino por su curiosidad, nos guiaba para ver de cerca al Papa, a las primeras filas de todo aquel feligrés gentío. De hecho, pasamos por los primeros asientos donde estaban las primeras autoridades y pasamos de largo con nuestra mirada viendo de primera mano a menos de 50 metros a Juan Pablo II. Una vez saciada nuestra curiosidad, nos volvimos a una parcela mas atrás para confundirnos con la gente.

Reconstrucción idealizada infográficamente

Hoy, desde una perspectiva mas cauta, pienso en la temeridad que hicimos pasando entre las autoridades VIP de las primeras filas, un grupo de chicos y uno de ellos llevando consigo una bicicleta y también creo con toda seguridad fuimos durante un rato, punto de mira de los policías que vigilaban cualquier anomalía desde las azoteas de los edificios circundantes. Pero tampoco nadie nos llamó la atención y conseguimos ver al Papa de la manera mas privilegiada posible.

Multitud esperando la comitiva papal

Tal como pasamos por la comitiva presidencial, nos volvimos a fundir con el gentío de atrás. Ahora, de nuevo teníamos otro interés: el Santo Padre se marchaba y subía a un vehiculo porque el Papamóvil se había estropeado de su anterior visita a Sevilla para despedirse por entre las parcelas de cada una de las diócesis. Era otra oportunidad de poderlo ver de cerca. Esta vez, ya dentro de cada recinto nos movimos por separado para acercarnos a las vallas para decirle adiós. Yo intenté abrirme paso entre la gente para ponerme en una esquina por donde la comitiva papal daría una curva en su despedida. Conseguí ponerme en primera fila junto a una valla y vi acercarse a Juan Pablo II en su improvisado vehículo oficial. La gente saludaba eufóricamente; yo la verdad solo me quedé mirando. Cuando pasó a mi altura, a 7 metros aproximadamente, Juan Pablo me devolvió la mirada; posiblemente porque era el único que no saludaba entre la muchedumbre. Aquellos segundos en el que nos mirábamos mutuamente, no se me olvidaran nunca.