Cuando Juan Pablo II visitó
Granada, el 5 de noviembre de 1982, yo me encontraba haciendo secundaria en el
Instituto “Emilio Muñoz” de la localidad de Cogollos Vega. El instituto, era un
antiguo hospital convertido en residencia de estudiantes y aulas de
bachillerato. Nuestros monitores habían solicitado tarjetas de visitas para los
estudiantes residentes que quisieran asistir al histórico evento. Unos
compañeros y yo nos animamos a asistir, y le pedimos las oportunas tarjetas. Me
acuerdo, porque aun la conservo, que nos tocó el recinto de la diócesis de
Jaén. Supongo que las de Granada y demás diócesis estarían ya completas de
aforos.
Mi tarjeta (anverso y reverso) de de invitación de acceso
Efectivamente, la vasta explanada
donde se instaló el evento denominada Almanjáyar, era enormes parcelas
divididas por diócesis de cada región invitada y por vallas de seguridad que se
dividían por vías, por donde pasaría la comitiva. En los edificios circundantes
y lejanos a esta gran hectárea llena de multitud de feligreses, se atisbaban
cuerpos de la seguridad policial apostados y franqueando sus azoteas. En frente,
un escenario se convertía en un prefabricado altar, desde donde su santidad
celebraría una misa y un discurso a todos los asistentes.
Explanada de Almanjáyar en Granada con la visita del Papa
No me acuerdo de mis compañeros,
porque eran de otros cursos; y no me acuerdo tampoco si eran 4 o 5. Lo que si
me acuerdo es que uno de ellos llevaba una bicicleta. Creo que este se nos unió
en Granada, porque nosotros bajamos del Instituto lo mas posiblemente haciendo autostop.
La cuestión es que una vez que buscamos entre la multitud el sector de la
diócesis de Jaén y entramos en ella, ya el Papa homiliaba desde el escenario
lejano, y nos pareció que estábamos muy lejos de ver al Santo Padre desde allí.
Así que nos movimos, mas bien por la inquietud de uno de ellos por ver aquello
como un espectáculo, y haciendo caso omiso de las indicaciones de los
voluntarios de organización y el cuerpo de seguridad que vigilaba sobre todo
las vallas.
Vallas que separaba cada diócesis (foto de Enrique Pérez Raya)
Dentro de una multitud
relativamente organizada por parcelas de cada diócesis, cuatro o cinco
muchachos y uno de ellos llevando de lado una bicicleta, se movían,
aparentemente como si buscaran de nuevo su parcela asignada, por entre la
multitud. Nuestro compañero líder, no por ser muy devoto, sino por su
curiosidad, nos guiaba para ver de cerca al Papa, a las primeras filas de todo
aquel feligrés gentío. De hecho, pasamos por los primeros asientos donde
estaban las primeras autoridades y pasamos de largo con nuestra mirada viendo
de primera mano a menos de 50
metros a Juan Pablo II. Una vez saciada nuestra
curiosidad, nos volvimos a una parcela mas atrás para confundirnos con la
gente.
Reconstrucción idealizada infográficamente
Hoy, desde una perspectiva mas
cauta, pienso en la temeridad que hicimos pasando entre las autoridades VIP de
las primeras filas, un grupo de chicos y uno de ellos llevando consigo una
bicicleta y también creo con toda seguridad fuimos durante un rato, punto de
mira de los policías que vigilaban cualquier anomalía desde las azoteas de los
edificios circundantes. Pero tampoco nadie nos llamó la atención y conseguimos
ver al Papa de la manera mas privilegiada posible.
Multitud esperando la comitiva papal
Tal como pasamos por la comitiva
presidencial, nos volvimos a fundir con el gentío de atrás. Ahora, de nuevo teníamos
otro interés: el Santo Padre se marchaba y subía a un vehiculo porque el Papamóvil
se había estropeado de su anterior visita a Sevilla para despedirse por entre
las parcelas de cada una de las diócesis. Era otra oportunidad de poderlo ver
de cerca. Esta vez, ya dentro de cada recinto nos movimos por separado para
acercarnos a las vallas para decirle adiós. Yo intenté abrirme paso entre la
gente para ponerme en una esquina por donde la comitiva papal daría una curva
en su despedida. Conseguí ponerme en primera fila junto a una valla y vi
acercarse a Juan Pablo II en su improvisado vehículo oficial. La gente saludaba
eufóricamente; yo la verdad solo me quedé mirando. Cuando pasó a mi altura, a 7 metros aproximadamente,
Juan Pablo me devolvió la mirada; posiblemente porque era el único que no
saludaba entre la muchedumbre. Aquellos segundos en el que nos mirábamos
mutuamente, no se me olvidaran nunca.