jueves, 31 de enero de 2013

EL TIEMPO SE HABIA PARADO EN PRIMAVERA

CRITICA DE LA PELÍCULA: UNA CARTA PARA MOMO


Es cierto que el ritmo que imprime Hiroyuki Okiura es de otra cultura distinta a la nuestra. Aunque si que es verdad que han hecho todo lo posible por mimetizarse también a nuestros gustos occidentales. Nuestra narrativa literaria, ya sea desde el italiano Marco a la suiza Heidi, pasando por los galos mosqueperros o los británicos Sherlock Holmes, es sencillamente una estrategia comercial de vender sus productos en nuestros mercados. Hoy ya no, Nobita de Doraemon o el propio Shin-Chan, aun siendo completamente comerciales, nos a ilustrado sobre el urbanismo o las singularidades de los japoneses.  Pero cuando una obra es buena, hable o no de una cultura u otra, trasciende y deja de tener esa etiqueta comercial para brillar con luz propia como arte. Atrás en la historia de los anime, podemos recordar como ejemplo a “La Princesa Mononoke” de 1997 o mas recientemente como ejemplo de ese ritmo tan peculiar japonés “5 centímetros por segundos” de 2007.
Una Carta para Nomo no deja de ser una historia de una familia de Tokio en una geografía japonesa que nos transporta y nos sumerge en sus costumbres y su mundo. Sus delicadas reverencias al saludar, el descalzo de sus sandalias al entrar en casa, las bolitas de arroz, como doblan el futón para hacer sus camas, los ferrys que enlazan una islas con otras, los altares en el aparador o las mandarinas verdes. Por ello, desde el primer fotograma cuando desde el cielo caen tres gotas, consigue sumergirnos en una verdad que se refleja en el cuidado y en lo esmerado de cómo esta facturada la película. No se acomodan en presentarnos una fauna de nuestra mitología europea con ninfas, gnomos y demás hada y almas errantes; nos sorprende con toda una iconografía de dioses duendes del periodo Edo, autóctonos de su país, ¡faltaría mas!. Al final, no sabemos si el tiempo se había parado en primavera, como aquel viejo reloj de pared o si Momo solo quería ver, una vez mas, unas pocas palabras escritas de su padre. Y es ahí, en esos sentimientos, donde oriente y occidente somos iguales y donde nos sentimos identificados aunque todo lo demás nos sea exótico.