Es cierto que el ritmo que imprime Hiroyuki Okiura es de otra cultura distinta a la nuestra. Aunque
si que es verdad que han hecho todo lo posible por mimetizarse también a
nuestros gustos occidentales. Nuestra narrativa literaria, ya sea desde el
italiano Marco a la suiza Heidi, pasando por los galos mosqueperros o los
británicos Sherlock Holmes, es sencillamente una estrategia comercial de vender
sus productos en nuestros mercados. Hoy ya no, Nobita de Doraemon o el propio
Shin-Chan, aun siendo completamente comerciales, nos a ilustrado sobre el
urbanismo o las singularidades de los japoneses. Pero cuando una obra es buena, hable o no de
una cultura u otra, trasciende y deja de tener esa etiqueta comercial para brillar
con luz propia como arte. Atrás en la historia de los anime, podemos recordar
como ejemplo a “La Princesa Mononoke” de 1997 o mas recientemente como ejemplo
de ese ritmo tan peculiar japonés “5 centímetros por
segundos” de 2007.
Una Carta para Nomo no deja de ser una historia de una
familia de Tokio en una geografía japonesa que nos transporta y nos sumerge en
sus costumbres y su mundo. Sus delicadas reverencias al saludar, el descalzo de
sus sandalias al entrar en casa, las bolitas de arroz, como doblan el futón
para hacer sus camas, los ferrys que enlazan una islas con otras, los altares
en el aparador o las mandarinas verdes. Por ello, desde el primer fotograma
cuando desde el cielo caen tres gotas, consigue sumergirnos en una verdad que
se refleja en el cuidado y en lo esmerado de cómo esta facturada la película.
No se acomodan en presentarnos una fauna de nuestra mitología europea con
ninfas, gnomos y demás hada y almas errantes; nos sorprende con toda una iconografía
de dioses duendes del periodo Edo, autóctonos de su país, ¡faltaría mas!. Al
final, no sabemos si el tiempo se había parado en primavera, como aquel viejo
reloj de pared o si Momo solo quería ver, una vez mas, unas pocas palabras
escritas de su padre. Y es ahí, en esos sentimientos, donde oriente y occidente
somos iguales y donde nos sentimos identificados aunque todo lo demás nos sea
exótico.
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