A finales de los años 60 mi
abuela Carmen viajó a Holanda para ayudar a mis tíos que trabajaban allí. De
sus dos viajes trajo algunas cosas que heredó con el tiempo mi madre y más
tarde heredé yo. Entre ellas está esta
delicada figura de una anciana y una niña japonesa que actualmente preside mi
biblioteca. Siempre me he preguntado que representaba e incluso me preguntaba si estaba
accidentalmente inconclusa o faltaba
algo. ¿Le estaba acicalando el pelo? Pero en sus manos no parecía que faltara
ningún peine o cinta. ¿Sujetaba un parasol o palio? Pero sus manos cerradas no
presentaban ningún orificio o gancho para este añadido supuestamente perdido.
Figura japonesa y a la derecha imagen de la película "Cuentos de Tokio" de 1953.
Un día, mirando listas de las mejores
películas de la historia del cine, llamó mi atención el título “Cuentos de Tokio” (Tokio Story) de 1953, y
comprendí la imagen de mi figura
japonesa. La encantadora nuera de los ancianos protagonistas, le hacía a su
suegra un masaje en la espalda. Ni que decir tiene que me fascinó la película
de este soberbio director, perfeccionista: Yasujiro Ozu (1903-1963). Pero si
algo me llegó al alma, fue su tumba, situada en el templo de Enga Kuji en la
ciudad de Kamakura. En ella no hay ninguna inscripción de su nombre, ni fecha,
ni datos afines a él. Solo un carácter de la escritura japonesa llamado “mu”. “Mu”
expresa el vacío, la nada, la ausencia, pero “la nada” como un componente
integral que armoniza la naturaleza. En la estética Zen, “mu” se utiliza para
designar el espacio vacío que queda entre las flores de los arreglos. En el
budismo Zen, en la meditación, una mente en blanco o vacía, es esencial para
alcanzar la claridad y hacer que la ideas fluyan. En la arquitectura
tradicional japonesa y en el Bauhaus
también, el espacio como el valor más
importante y la delimitación de la líneas como la frontera con las realidades.
Tumba de Yasujiro Ozu
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