Mi carpeta original de comic en la década de los 80
Hace tiempo que busco entre mis
papeles, dos billetes de tren y algún que otro folletillo, como único recuerdo
físico de mi primer viaje a Madrid. Pero, son tantas cosas las que guardo, que
se me hace imposible como en esta ocasión, encontrarlo. Así que tendré que
comenzar a narrarlo sin poder, por ahora, datar con más exactitud aquella fecha
de principios de los 80. Nunca antes había visitado tantos sitios de Madrid a
golpe de taxis y de excursiones en autobús que ofrecía el hostal donde nos hospedábamos mi madre y yo. Por
aquel entonces, además de pintar cuadros y dibujar, me aficioné como cualquier niño al comic, a
diferencia de que además de leerlos, yo también los dibujaba. Tenía una carpeta
gruesa de iconoclasta estilos, de completas e inacabadas historias, narradas en
viñetas que hablaban en globos y bocadillos y coloreadas con rotuladores,
acuarelas y lápices de colores. Cuando mi madre me dió la sorpresa de que
íbamos a pasar una semana en Madrid, no pude dejar de pensar en la oportunidad
de presentar mis comics en alguna que otra
editorial de la capital. Consulté en una pesada y amarilla guía de teléfonos de
Madrid, de un locutorio público de mi ciudad de Vélez-Málaga. La única editorial
que por entonces conocía era Bruguera y anotando su dirección, pregunté a mi
madre si podíamos pasar por allí para presentar mis trabajos, a lo cual
evidentemente, me dijo que sí. Y de este modo, me vi viajando en tren a Madrid
cargado de mi equipaje, además de una comercial bolsa del Corte Ingles donde
portaba mi personal carpeta de comics.
Imágenes de la película "El Gran Vázquez" de 2010. La editorial Bruguera en los 60
Hace poco que he visto una
película española llamada “El Gran Vázquez” del 2010, donde cuenta la
vida del dibujante de historietas Manuel Vázquez, más conocido por el autor de
Anacleto el agente secreto o la familia Cebolleta. Pero paralelamente, nos
mostraba el metraje los entresijos de la Editorial Bruguera, en una ambientada
Barcelona de los años 60. Si aquel niño que ilusionado viajaba a Madrid con su
carpeta en sus brazos, hubiera podido ver esta película actual, posiblemente no
hubiera cargado con sus dibujos en el tren. No solo porque la editorial
Bruguera se encontraba en Barcelona, sino porque todo ese universo que emanaba
sus historietas del botones Sacarino, de Mortadelo y Filemón, Rompetechos y demás coloridos personajes,
se realizaban desde un pequeño estudio
gris, por unos pocos y mal pagados historietistas de mediana edad.
De izquierda a derecha de arriba a bajo: Palacio Real, la Casita del Principe, El Museo de cera, El Escorial, El Templo de Debod y El Retiro
Ya en Madrid, disfruté viéndolo
todo durante los días que estuvimos allí, desde el Palacio Real a la Casita del
Príncipe, desde el Museo de Cera al Templo de Debod, desde el Escorial al
Retiro. Varios días los pasamos en la casa de una amiga de mi madre muy
posiblemente el fin de semana, con lo que salí con su hijo mayor que me enseñó
zonas más castizas y donde tomamos algún que otro refresco. Incluso me acuerdo de la
película que vi con él en el cine: “Aterriza como puedas”. Pero del día que
mejor me acuerdo, fue cuando decidimos ir una mañana a la editorial Bruguera
con mis dibujos. Después de un gran paseo por la ciudad, el taxista llegó a un
edificio grande donde sus bajos se asemejaban a una gran nave donde por fin
entramos. Era todo un gran almacén de distribución. Me acuerdo que los
operarios que movían y descargaban grandes embalajes de revistas y libros nos
miraban con curiosidad. Algunos sobrentendían el equívoco al verme con una
carpeta. Un señor nos explicó que la Editorial Bruguera estaba en Barcelona y
que en Madrid solo estaba un edificio de distribución.
Tampoco fue muy desilusionante,
estaba abriendo los ojos en una semana preciosa en la capital de España y aquella misma mañana nos
fuimos a visitar el Museo de El Prado. Fue la primera vez que entré en esta
maravillosa pinacoteca. Me acuerdo de pasar una considerable cola con mi madre,
pero ya en la recepción de seguridad, antes de que pudiéramos entrar del todo,
un conserje se nos acercó a nosotros y dirigiéndose a mí me dijo: “Deja que te
guarde esa carpeta, estarás más cómodo en la visita” Mirando la conformidad de
mi madre, accedí a hacerlo y vi cómo me guardaba mis dibujos en una dependencias
privadas que tenía este señor de uniforme en el museo. Ni que decir tiene que
cualquier visita, sea de larga o de corta duración a este Museo, no llegará nunca a
recorrer todas sus estancias, salas y pasillos con el respeto que hay que predisponer para su mejor contemplación, pero fue mi primer contacto con obras y artistas clásicos que hasta entonces solo había
visto reproducidas en libros. Al finalizar nuestra visita, volvimos a recepción
donde muy amablemente el conserje me devolvió mi carpeta.
Fue un precioso viaje que tuve en
mi niñez y solo con el tiempo me di cuenta que durante unas horas, mis humildes
dibujos de comic habían estado en unas dependencias del Museo del Prado de
Madrid.
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